Luz Ernestina Mejía
En esta hora de angustia y de esperanza, de emociones encontradas, prevalece la grandeza del pueblo hondureño. Aun en contra de la carencia de escrúpulos y del cinismo de unos cuantos, emerge la verdad. La desinformación no llega a tener la efectividad que buscan imprimirle sus promotores. Estupefacción despiertan los que viajaron por la vida como modelos de rectitud y hoy en procura de una causa dudosa, no vacilan en mentir y en atropellar. Nada les importa el sufrimiento de compatriotas sorprendidos en su buena fe, ni de la familia del joven al que engañado con promesas monetarias, lograron victimizar con los fines más aviesos. Y sin consideración al dolor ocasionado, pretenden incarnos otra de sus farsas y con ellos culpar a quien no fue. Como es que les creímos? Como es que pudieron sorprendernos? Les supimos desprendidos y hoy resultan obcecados y burdos alegando falsedades imposibles de sostener. Como es que repudiaban la corrupción y la abrazaron? Porque buscan destruir vidas y bienes confiados a la impunidad? Y la credibilidad lograda en una vida se les diluye en un segundo ante un fajo de billetes? ¿Qué paso? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Como es que tan idealistas no pudieron manejar el poder? Como es que fueron absorbidos y perdieron la noción del tiempo, del espacio y de la dignidad? Es que el poder puede ser tan dañino? No es que solo es asunto de saberlo manejar? Y creyendo ofendernos, nos enaltecen llamándonos golpistas. Golpistas porque golpeamos sin tregua, la corrupción y la ilegalidad. Golpistas porque sin importar sacrificio golpeamos a los agresores de nuestra patria y de nuestra libertad? Golpistas a mucha honra. Cualquier adjetivo será preferible a aquel con que ellos, sus cómplices y encubridores, serán señalados para siempre. El que marcara la existencia de quienes malversaron los dineros del pueblo y le robaron la alegría, la educación y la seguridad a los niños y a las niñas de Honduras?
Publicado en:
Diario El Heraldo
23 de julio, 2009